A la eternidad la engendran
nuestros
cuerpos recortados
del río, del silencio,
la nacen nuestros sexos
la lavan nuestras lenguas
la aspiran nuestros labios.
A la eternidad la viven
dos gemidos y un ahogo,
uno solo,
grumoso,
concebido en la isla
azorada y compacta.
A la eternidad
la nacen la viven la lamen la muerden
tu voz en mi piel
tu mano en piel
tu anhelo en mi piel,
la nacen la vivan la entibian la
hielan
mi cara en tu pupila
mi aliento en tu pupila
mis ojos en tus manos.
A la eternidad la nacen
y la miran como a un huérfano
nuestros dedos peregrinos
de la carne esa carne
que nos cubre nos demanda
aniquila
y después
después de engendrarla
de nacerla beberla
masticarla
la reintegran unas palmas suplicantes
a la luna
al río,
a la palabra.
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